Existe un conocido refrán en inglés que nos dice que “no hay nada seguro en la vida, excepto los impuestos y la muerte”. Pese a que la muerte es un fenómeno tan natural, no deja de ser un tema incómodo, tabú y evitado hasta que sucede lo inevitable.
En ese momento, la familia del fallecido debe iniciar un proceso no solo de duelo, sino que deben determinar si existen deudas que se deban cancelar, dineros que recuperar, seguros, planes u otros que se puedan o deban aplicar…
Es, entonces, cuando nos enfrentamos con:
Deberemos acudir al proceso sucesorio en el que se deberá convocar a todos los interesados, acreedores y bancos para que brinden información y, una vez obtenida ésta, un juez o un notario (si todos los interesados estuviesen de acuerdo y si no existen contiendas o luchas) determinarán la forma en que se repartirán los bienes.
Estos procesos, por lo general, van cargados de emociones y opiniones encontradas, asà como intereses distintos que pueden volverse en luchas de años. Al final, todo aquello por lo que trabajamos terminará en disputas y problemas.
AquĂ separaremos lo que heredamos de lo que legamos, siendo este Ăşltimo sobre bienes especĂficos; por ejemplo, podemos “dejar” un anillo a una prima, a pesar de destinar como herederos a nuestros hijos.
Las posibilidades antes de enfrentar la muerte son mĂşltiples, por lo que es recomendable ser asesorado por un profesional que le guĂe en este proceso, de manera que su Ăşltima voluntad no vaya a ser impugnada.